domingo, 28 de julio de 2013

The only exception.



Cuando tuve la edad suficiente para entender como funciona el amor y las relaciones me invente una serie de reglas para protegerme:
1.       No enamorarme. Jamás me permitiría sentir amor, por nadie.
2.       No confiar en nadie más que en mi misma. Cuando confías en alguien corres el grandísimo riesgo de que te lastimen.
3.       No tener novio. Las relaciones estropean todo, complican todo. Es más fácil estar sola.
4.       No dejar que nadie conozca mi corazón. Es más fácil que conozcan el cuerpo, el envase. Lo que esta dentro es mucho más valioso y mucho más frágil.

No eran muy difíciles de cumplir, simplemente debía mantenerme firme. Nunca creí en los cuentos de hadas, nunca me gustaron las películas románticas ni las historias de amor, así que no veía ningún motivo por el cual mis reglas no funcionaran. Eran claras, simples, fáciles de llevar, tenia que ser yo misma básicamente.  Con el pasar del tiempo pude crear una especie de caparazón que nadie podía atravesar, mi corazón estaba a salvo. No dejaba que nadie se quede en mi vida el tiempo suficiente como para quebrar ese caparazón, no dejaba que nadie se quede en mi vida el tiempo suficiente como para romper las reglas. Todo era perfecto. Estaba a salvo, tenía protección.
Hasta que un día conocí cierto chico, nada extraordinario: ojos marrones sin mucha expresión pero con un brillo especial, una estatura no tan normal, un peso acorde a esa estatura y una personalidad avasallante. No fue exactamente amor a primera vista, pero resulto ser amor.
Después del primer beso todo había cambiado en mí: pensaba todo el tiempo en él, me encontraba a mí misma sonriendo recordando el beso que me había dado cierta noche de noviembre, lo llamaba por teléfono, necesitaba verlo todo el tiempo.
En ese momento supe que había roto las reglas.
Estaba enamorada y no lo podía negar, no podía mentirme. No quería sentir amor, no debía sentir amor pero cada vez que lo veía, cada vez que me besaba no solo sentía mariposas en la panza sino que sentía todo un zoológico dentro.
En nuestras tardes de plaza, besos y caricias le confesé toda mi vida, todos mis miedos y sueños. Le conté cosas que no le había contado a nadie, ni siquiera a mi cuaderno. Le revele todos mis secretos. Fui un libro abierto y él podía leerme cuando y donde quisiera.
Cierto día me pregunto si quería ser su novia y sin titubear respondí que si. Ya no podía mantenerme alejada de él, necesitaba demostrarle que era suya. Y acceder a ser su novia me pareció una buena manera de hacérselo notar.
Así fue como poco a poco todo en lo que había creído se fue cayendo a pedazos. Así fue como ese caparazón que tanto me costo construir se fue desmoronando de a poco, con cada beso, cada caricia.
Él fue la excepción de las reglas. Él será la excepción de las reglas. Siempre.

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