Cuando tuve la edad suficiente para
entender como funciona el amor y las relaciones me invente una serie de reglas
para protegerme:
1.
No enamorarme. Jamás me
permitiría sentir amor, por nadie.
2.
No confiar en nadie más que en
mi misma. Cuando confías en alguien corres el grandísimo riesgo de que te
lastimen.
3.
No tener novio. Las relaciones
estropean todo, complican todo. Es más fácil estar sola.
4.
No dejar que nadie conozca mi
corazón. Es más fácil que conozcan el cuerpo, el envase. Lo que esta dentro es
mucho más valioso y mucho más frágil.
No eran muy difíciles de cumplir,
simplemente debía mantenerme firme. Nunca creí en los cuentos de hadas, nunca
me gustaron las películas románticas ni las historias de amor, así que no veía
ningún motivo por el cual mis reglas no funcionaran. Eran claras, simples,
fáciles de llevar, tenia que ser yo misma básicamente. Con el pasar del tiempo pude crear una especie
de caparazón que nadie podía atravesar, mi corazón estaba a salvo. No dejaba
que nadie se quede en mi vida el tiempo suficiente como para quebrar ese
caparazón, no dejaba que nadie se quede en mi vida el tiempo suficiente como
para romper las reglas. Todo era perfecto. Estaba a salvo, tenía protección.
Hasta que un día conocí cierto chico, nada
extraordinario: ojos marrones sin mucha expresión pero con un brillo especial,
una estatura no tan normal, un peso acorde a esa estatura y una personalidad
avasallante. No fue exactamente amor a primera vista, pero resulto ser amor.
Después del primer beso todo había cambiado
en mí: pensaba todo el tiempo en él, me encontraba a mí misma sonriendo
recordando el beso que me había dado cierta noche de noviembre, lo llamaba por
teléfono, necesitaba verlo todo el tiempo.
En ese momento supe que había roto las
reglas.
Estaba enamorada y no lo podía negar, no
podía mentirme. No quería sentir amor, no debía sentir amor pero cada vez que
lo veía, cada vez que me besaba no solo sentía mariposas en la panza sino que
sentía todo un zoológico dentro.
En nuestras tardes de plaza, besos y
caricias le confesé toda mi vida, todos mis miedos y sueños. Le conté cosas que
no le había contado a nadie, ni siquiera a mi cuaderno. Le revele todos mis
secretos. Fui un libro abierto y él podía leerme cuando y donde quisiera.
Cierto día me pregunto si quería ser su
novia y sin titubear respondí que si. Ya no podía mantenerme alejada de él,
necesitaba demostrarle que era suya. Y acceder a ser su novia me pareció una
buena manera de hacérselo notar.
Así fue como poco a poco todo en lo que
había creído se fue cayendo a pedazos. Así fue como ese caparazón que tanto me
costo construir se fue desmoronando de a poco, con cada beso, cada caricia.
Él fue la excepción de las reglas. Él será
la excepción de las reglas. Siempre.
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