Había una vez, en un reino no muy lejano,
una joven plebeya. Tenía los cabellos no muy largos y oscuros, ojos marrones nada
especiales y un cuerpo algo abatido para su edad pero que se mantenía en pie.
La joven plebeya trabajaba casi todos los días en un negocio local, la paga no
era mucha pero le alcanzaba para comprarse sus baratijas. Se había enamorado
solo una vez en su infancia, y tal fue el dolor que le causo ese desamor que le
prometió a la luna jamás volver a enamorarse. La plebeya transcurría sus días
entre su trabajo y algunas amistades que tenia en el reino. Nunca le sucedía
nada extraordinario. Nunca nada ni nadie llamo su atención. Hasta que un día su
jefe le pidió si podía trabajar por las noches, ya que la persona que ocupaba
su puesto en el horario nocturno había salido de viaje de manera urgente. Ella
no protesto y accedió al pedido de su jefe con la ilusión de conocer gente
nueva (la promesa hablaba de amor, no de aventura). Esa noche, durante su turno
en el negocio, conoció mucha gente interesante y entablo nuevas amistades. Minutos
antes de que termine su horario ingreso un caballero que llamo su atención, no
lo había visto nunca por el negocio ni caminando por el reino. ¿Quién era ese
caballero que la miraba y la hacia sonrojar?
Con el pasar de los días se fue enterando
de pequeñas cosas del misterioso caballero: su nombre, su edad, su dirección,
su estado civil. No tenia una belleza fuera de lo común ni grandes riquezas,
pero poseía algo que a la plebeya le llamaba la atención, le gustaba.
Necesitaba tenerlo cerca.
Un buen día, cansada de esperar a que el
caballero diera el primer paso, ella se acerco y le dio un papel con su número
de teléfono. Esa misma noche el caballero le mando un mensaje de texto muy
dulce. “It’s done. Uno mas para agregar a la lista y off to the next one” pensó
la plebeya. ¡Qué equivocada estaba!
Después de que ella diera el primer paso,
el caballero le mandaba mensajes de texto a todo momento, la llamaba por
teléfono, la hacia sentir especial. “es uno más” seguía pensando ella, pero en
el fondo sabía que, tal vez, estaba equivocada.
Decidieron verse fuera del lugar de
trabajo. Se besaron, rieron, caminaron... y cuando llego el momento de
despedirse, él la invito a dormir en su cama. Ella rio y respondió que no, que
era demasiado pronto, lo beso y volvió a su casa. En ese momento supo que no
era uno mas, no era una aventura, ese caballero tenia algo que le gustaba
demasiado y no quería transfórmalo en un número en su lista.
Poco a poco dicho caballero empezó a
abrirse paso en la mente de la plebeya, y en su corazón también. Poco a poco
logro que la plebeya se sintiera princesa, logro que creyera en los cuentos de
hadas y en los finales felices. Planearon viajes a tierras lejanas, planearon
una familia, una vida juntos. Todo parecía perfecto, un cuento de hadas. La
plebeya pensaba que los dioses habían escuchado las necesidades de su corazón y
le habían enviado un príncipe azul disfrazado de caballero.
Pero la vida no es un cuento de hadas, y
las promesas nunca se cumplen. Una mañana fría de agosto el caballero se
presentó en la casa de la plebeya, tenía la mirada preocupada y se lo notaba
nervioso. Apenas cruzo el umbral le dijo que necesitaba decirle algo y sin más
preámbulos termino la relación. No le dio muchas explicaciones, solo le dijo
que estaba confundido, que necesitaba tiempo y que quería ser su amigo. La
plebeya sintió como ese mundo de cristal que él le había construido se rompía
abruptamente, sintió como en su pecho se abría un vacio enorme, imposible de
llenar. Con algunas lágrimas en los ojos le pregunto ¿por qué? ¿Qué había
cambiado? Y le dijo casi a los gritos que no podía ser su amiga, no bajo esas
circunstancias. Hasta ahí había llegado su cuento de hadas.
Estaba devastada y enojada. Se había permitido
sentir cosas por ese caballero, creer en los cuentos de hadas. Se había
permitido ser alguien que juro que jamás seria. Paso varias semanas tirada en
su cama escuchando su banda favorita, fumando y derramando una que otra
lagrima. Intento recuperar el amor de su caballero de mil maneras diferentes,
pero ninguna resulto efectiva. Él la había olvidado. Solo le quedaba el vacio
en el pecho que no podría llenar jamás y promesas rotas.
Con el tiempo ella se dio cuenta que las
plebeyas nunca se convierten en princesas, que los príncipes azules no existen,
que las promesas entre amantes no se cumplen y que los cuentos de hadas nunca
se hacen realidad. No había final feliz. Al menos no para ella.
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