Tenía la necesidad de volver a
empezar. Necesitaba alejarme de los excesos con los que vivía, alejarme de la
gran ciudad y los problemas que trae su noche. Necesitaba alejarme de todo,
principalmente de tu recuerdo. Así que arme mis valijas: guarde mis juguetes, mis
libros y películas y emprendí el viaje. Me esperaba la tranquilidad del mar, el
aire puro del bosque y un ambiente libre de drogas y alcohol, y…libre de vos.
Pinamar era justo lo que necesitaba.
El boleto del micro indicaba las 15
horas del día 30 de diciembre como la fecha de partida. Empezaría un nuevo año
y una nueva vida.
Ya era 31 de diciembre del 2012 y
planeaba empezar el año en compañía de mi familia. Jurando que con el nuevo año
la gente conocería una Tatiana diferente, que el amor que sentía por vos se
iría con el último minuto de ese año.
Todo empezó acorde a lo planeado: la
cena, brindar con la familia, ponerse bonita para ir a la playa a ver los
tradicionales fuegos artificiales y luego ir a festejar con mi hermano, mi
cuñada y mis tías. Una vez que estuvimos en la playa todo era fiesta: música,
un poco de sidra, risas y los fuegos artificiales que brillaban sobre el mar.
Era más de lo que había planeado, era mágico, era exactamente lo que
necesitaba.
Al finalizar la muestra decidimos
caminar por el pequeño centro de Pinamar para encontrar un lugar y seguir
festejando la llegada del 2013. Caminamos 2 cuadras y paramos en un quiosco
porque el maldito vicio reclamaba protagonismo y la nicotina era necesaria.
Esperamos afuera del quiosco mientras una de mis tías compraba cigarrillos y
ahí fue cuando el destino se hizo notar. No importaba a cuantos kilómetros me
haya mudado, no importaba mi vestido nuevo ni mi maquillaje, no importaba que
había empezado un nuevo año: el maldito destino tenia que demostrar que no
podemos huir de el. Y te vi. Caminabas de la mano de tu esposa y tu “hija”
correteaba a tu alrededor gritando no se que incoherencia.
Toda la situación era como sacada de
una novela de esas berretas, de esas que protagoniza Sebastián Estévanez.
Estábamos a 400 kilómetros de donde nos conocimos, era el primer día de un año
que no te iba a tener de protagonista en mi vida y apareces. ¡Maldito destino!
¡Maldito año nuevo! ¡Maldita la persona que escribe mi vida como una novela
mexicana!
Yo seguía parada en la puerta de ese
quiosco con el corazón palpitando a diez mil por segundo, me sudaban las manos,
las lágrimas encontraron un hueco en mis ojos…y ahí estabas vos, caminando y
mirándome de reojo.
Cuando al fin pude moverme y
reaccionar tenia ganas de salir corriendo y sumergirme en el mar hasta que me
trague una ballena y vivir como Jonás con tal de no volverte a ver. Camine
media cuadra y te vi que caminabas solo hacia donde yo estaba. Te mire a los
ojos esperando algo de vos, pero no tuviste el valor de hablarme, de saludarme
siquiera. Pasaron un par de horas y recibí un mensaje que decía: “feliz año, me
sorprendió verte. Nos podemos encontrar?” mi respuesta fue negativa, ya había
sufrido demasiado al verte con tu familia, no necesitaba que termines de
matarme con tus besos.
Después de ese episodio novelesco no
volví a cruzarte (cosa que me llamo la atención ya que Pinamar es “pueblo
chico, infierno grande”). Pero si volví a hablar con vos, me llamabas todos los
días y me hacías las mismas promesas que siempre me hiciste.
Decidí escribir esta anécdota porque
me divierte la manera en la que el destino siempre nos vuelve a cruzar, que por
mas que me quiera alejar de vos se me hace imposible sacarte de mi vida.
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